viajemos juntos.
manducemus et bibamus cras enim moriemur
comamos y bebamos, porque mañana moriremos.
Abrimos la puerta:
Hay viajes que no se planean, sino que se intuyen. Este primero fue así: una mezcla delicada entre la arquitectura que nos conmueve, los sabores que se nos quedan en la memoria y las amistades que hacen del tiempo algo más amable.
Y justo por eso decidimos abrir la puerta.
Queremos que este espacio deje de ser solo un escaparate de propiedades para transformarse en algo más íntimo y significativo: una correspondencia que hable de arquitectura, de arte, de mesas compartidas y ciudades caminadas. De experiencias que nos tocan y queremos compartir.
Este canal será ahora una especie de diario colectivo, donde hablaremos de viajes como este, de lugares con alma, de reflexiones que nacen entre caminos y conversaciones. También seguiremos compartiendo propiedades, sí, pero desde otro lugar: el del sentido, el del detalle, el del tiempo bien vivido. Y si alguna vez necesitas algo más concreto, si sueñas con algo que aún no está aquí, solo tienes que escribirnos.
Porque no se trata de vender. Se trata de vivir.
Girona. Madrid. Y la promesa de más.
Llegamos a Madrid un viernes, solo para tomar el AVE casi al instante. El destino era Girona, pero en realidad íbamos hacia una experiencia que llevaba años llamándonos: cenar en El Celler de Can Roca.
Un lugar que no es solo templo gastronómico, sino obra de arte viva. La arquitectura —sobria, cálida, silenciosa— acompaña la filosofía de los hermanos Roca: crear desde la emoción, desde el territorio, desde la memoria. Cada plato parecía una historia contada con precisión poética.
Al día siguiente, Girona nos regaló una coincidencia hermosa: el inicio de Temps de Flors, cuando el casco antiguo se llena de instalaciones florales que dialogan con las piedras viejas y las sombras medievales. Pasear por sus callejuelas fue como caminar dentro de un cuadro. Y tras el asombro, regresamos a Madrid.
Allí nos esperaba la mesa de Garcia de la Navarra (@garciadelanavarra), regentada por mi querido amigo Luis. Su cocina es sincera, centrada en el producto, sin artificios, y su bodega es de las más personales y cuidadas de la ciudad. Fue una cena entre risas, historias compartidas y la complicidad de quienes se conocen desde siempre.
El domingo lo dejamos libre para perdernos por Madrid, justo cuando empezaban las festividades de San Isidro: mantones, claveles, chotis y ese espíritu de celebración que a Madrid le brota en primavera.
Y como no queríamos cerrar el viaje sin una última joya, el lunes fuimos a La Manduca de Azagra. Allí, donde el arte de Navarra se encuentra con la cocina de mercado, me siento en casa. Juanmi —amigo de mi padre y ahora también mío— nos recibe como si el tiempo no pasara. El espacio, obra del arquitecto navarro Patxi Mangado, es una lección de cómo habitar la luz y el silencio. Y su cocina, honesta, estacional, plena, nos recordó que lo sencillo puede ser profundamente extraordinario.
Este viaje fue también un ensayo de lo que queremos compartir: momentos así. Por eso, empezaremos a ofrecer experiencias de 5 a 7 días, en destinos que amamos —México, España y los que vengan—, donde arquitectura, gastronomía, arte y amistad se entrelacen de forma natural.
Cuando abramos estas experiencias al público, los grupos serán muy reducidos, de un máximo de 6 personas. Porque queremos que cada momento se sienta auténtico, cercano, hecho a medida.
¿Nos acompañas? Síguenos en instagram ( @icuestaaguirre ) para futuros viajes.
¡Pura Vida!